12/10/12
Salimos de Madrid por la tarde y tras casi 6h de coche llegamos a Soto de Sajambre. Nos quedamos a dormir en el Albergue la Peña que tiene capacidad para unas 30 personas, tiene mantas, 2 baños y 2 duchas sin agua caliente, tampoco tiene chimenea, pero de todas formas con los sacos y la mantas dormimos bastante bien.

Según las previsiones iba a llover mucho por la mañana pero cuando nos levantamos apenas llovía y el cielo se iba despejando poco a poco. Sobre las 12h comenzamos a caminar, dejando atrás el pequeño pueblo de Soto de Sajambre y comienzan a aparecer ante nuestros ojos los prados, las vacas y los bosques teñidos con los colores del otoño. Nos adentramos en uno de esos bosques y tras 1h40m de camino llegamos a Vegabaño donde hacemos una parada en la primera cabaña para comer unos frutos secos y coger fuerzas mientras disfrutamos de las vistas.

Continuamos nuestra ruta atravesando los prados con los primeros champiñones y cogiendo de nuevo el camino hasta llegar al Río Dobra. En este punto, el camino sigue hacia la derecha atravesando el bosque donde nos encontramos con El Roblón de Cuesta Fría, merece la pena verlo, es un roble milenario que mide 18 metros de altura y para rodearlo hacen falta varias personas. Llevamos 6km de ruta y nos quedan 2km más para llegar al Refugio del Frade. La subida continúa entre el bosque hasta que los árboles empiezan a desaparecer, sólo quedan los arbustos que nos permiten tener unas vistas que ya comienzan a ser increíbles.

Cuando alcanzamos el collado, vimos a lo lejos el techo rojizo del Refugio del Frade. Allí rodeados de montañas rocosas, nos disponíamos a descansar y pasar la noche. Al llegar pudimos disfrutar de las vistas entre nube y nube y cuando se despejaba no podíamos dejar de mirar a nuestro alrededor y sonreír, estábamos teniendo mucha suerte al poder disfrutar del paraje al completo cuando la niebla nos daba esa oportunidad.
Después de comer, Azucena y Sergio se fueron a por leña al bosque y Amalia y yo nos quedamos recogiendo y cuidando el dulce y solitario hogar. ¡Que paz! ¡Que silencio! Cuando volvieron cortamos los troncos como pudimos, algunos a fuerza bruta, otros con una mini-sierra de la navaja que traía Sergio, que por cierto era muy efectiva. Hicimos lumbre y estuvimos entretenidos charlando, cenando y manteniendo el fuego.

Antes de irnos a dormir salimos fuera y el cielo estaba totalmente despejado, era una gran noche de estrellas, belleza plena, de nuevo la suerte nos acompañaba.
El refugio tiene un altillo de metal, que es casi más frío que el suelo, así que decidimos dormir abajo, al lado de la lumbre. Para aislar pusimos un plástico que había allí, encima colocamos las esterillas, los sacos y nos dormimos aprovechando las últimas ascuas.
Segundo día, sábado. No oímos o no suena el despertador, así que nos levantamos a las 8h, un poco más tarde de lo previsto. Desayunamos té negro y bizcocho, lavamos los cacharros en la fuente (hilillo de agua que está saliendo del refugio a unos metros hacia arriba a la izquierda) y preparamos nuestras mochilas. Nuestro propósito es llegar hasta Posada de Valdeón por la tarde y hacer noche allí.

Con las mochilas a cuestas, crema solar y gafas de sol puestas, comenzamos a subir por el Collado del Frade hasta la Canal del Perro. En el collado la panorámica era preciosa y además íbamos viendo por dónde continuaba el ascenso por la canal, una vez más teníamos la suerte de tener un día despejado.
Llevábamos menos de la mitad de la canal, cuando escuchamos un ruido a lo lejos y de repente empezamos a ver rebecos bajando como locos, era un rebaño de unos cuarenta rebecos ¡nosotros sudando y lo fácil que era para ellos bajar y subir!

Tras ascender 460m en 1h20min desde el refugio, llegamos hasta el Collado del Burro. Tenemos ante nosotros la preciosa Peña Santa de Castilla y las montañas del macizo central a lo lejos, es maravilloso. Inmortalizamos esas hermosas vistas en nuestras retinas.

Continuamos hacia Vega Huerta y al llegar vemos que hay gente en el refugio, parece que es de 4-6 plazas. Buscamos una zona que nos protegiera del viento y almorzamos mientras seguimos contemplando Peña Santa de Castilla y los picos del macizo central.

Comenzamos el descenso o eso creíamos, porque en realidad nos estábamos desviando del camino, cuando nos dimos cuenta Sergio sacó el mapa y yo el GPS y entre los dos conseguimos situarnos y coger el camino correcto (nos habíamos desviado demasiado hacia la izquierda). Esta parte no está muy bien señalizada, es difícil ver los hitos y fácil perderse, en esta parte es importante saber que al bajar de Vega Huerta, no hay que coger el sendero que va hacia la izquierda, si no seguir hacia la derecha.
Una vez encaminados ya comienza la bajada y para recargar agua encontramos una fuente en muy buen estado al poquito de comenzar, esta es la última fuente visible hasta llegar a población y era importante reponer.

El descenso se hace duro y si tienes algún problema en las rodillas se resentirán más. El desnivel es fuerte y hay zonas húmedas donde las piedras resbalan y hay que ir con más cuidado aún, a veces es mejor dejar los bastones a un lado y que las manos (y a veces el culo) sirvan de apoyo. Tardamos entre 6 y 7 horas en descender los 1580m que hay para llegar hasta Posada de Valdeón desde Vega Huerta. Llegamos ya con el atardecer.

La bajada más pronunciada, desde Vega Huerta hasta estabilizarse un poco el desnivel fueron unas 5 horas para 1160m de desnivel y pendiente media aproximada de -20%. Eso sí la sensación de grandeza de las montañas, las vistas siendo consciente del desnivel y los bosques con sus árboles llenos de musgo y pureza merecen la pena y compensan el cansancio.
Cuando llegamos a Los Llanos de Valdeón (a 300m de Posada) buscamos el Albergue La Cuesta (40 plazas). El dueño es muy agradable y el sitio tiene armarios para las mochilas, calefacción, mantas, duchas con agua caliente y cocina completa. Nosotros disfrutamos de las duchas que nos dejaron como nuevos y nos fuimos a cenar a la Pensión-Restaurante Begoña (en Posada de Valdeón) que tienen comida casera muy rica y ambiente familiar y montañero.
Nuestro plan para el día siguiente era llegar hasta Soto de Sajambre, que era donde habíamos dejado el coche y hacer la ruta circular completa, pero ya de madrugada oímos llover bastante y así amaneció, lloviendo. Amalia y yo nos quedamos en el albergue con las mochilas porque no podíamos con las agujetas que teníamos. Azucena y Sergio se fueron con una mochila con lo básico para coger el coche, dejando el resto para no cargar con peso y poder ir más rápido.
Nunca habíamos tenido que estar pendientes de la llamada de alguien que se había ido a la montaña con mal tiempo y la verdad es que la espera, es inquietante. Otras personas que iban a salir en esa dirección y que habían pasado la noche en el mismo albergue, decidieron no hacerlo, ya que la tormenta iba a ser importante. El cielo estaba cubierto, y en su dirección veíamos cómo estaba descargando.

Por fin recibimos su llamada y a los 20 minutos aparecen en el coche, listos para comer la sopa caliente que habíamos preparado mientras llegaban. Durante la comida, nos contaron que les llovió y que además se perdieron por intentar ir más rápido, pero consiguieron reubicarse, disfrutar de los bosques y llegar hasta el coche.
Cuando terminamos de comer recogimos todo, metimos las mochilas en el coche, nos metimos a nosotros mismos y de vuelta a Madrid mientras dormíamos a ratos (Sergio no claro, que conducía) recordábamos la subida, mucho más la bajada, la noche en el refugio, las vistas, las estrellas …
Y entre sueño y sueño reflexionábamos sobre por qué nos gusta tanto la montaña, sentirnos pequeños entre sus relieves, entre sus inmensos bosques.
Disfrutamos la sensación de cansancio, las agujetas, mirar hacia arriba cuando aún quedan horas por delante para llegar a la cima. Nos cautiva reír al aire libre, soñar en la montaña y compartir la unión con la naturaleza. Gozamos cruzando ríos, subiendo montañas y superarando dificultades. La unión de todas estas sensaciones, nos hace felices y por eso volvemos una y otra vez a nuestras queridas montañas.
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